arecen ser apenas un desafío para quienes se sienten muy intrépidos por violentar las normas.
Estacionar en un lugar prohibido es casi un deporte local, una tradición que no respeta señalización alguna. Es un espectáculo digno de admiración: vehículos dispuestos en un caos creativo, como si formaran parte de una exhibición de arte anárquico-contemporáneo.
Y, por supuesto, las sanciones brillan por su ausencia, porque ¿quién necesita regulación alguna cuando tenes el maravilloso libertinaje del estacionamiento urbano?