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l jueves 25 de marzo de 1982, un día después de que la Junta Militar de Gobierno festejara frente a la iglesia Stella Maris un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976; el destructor misilístico Hércules se dirigía a las islas Georgias. Durante la navegación su comandante recibió un radiograma en el que se le ordenaba retornar a la Base Naval de Puerto Belgrano. En ese momento pensó que había algún “revuelo” entre los miembros de la Junta Militar. A las 23 horas del viernes 26 se le dijo que esa mañana la Junta había decidido ocupar militarmente las Islas Malvinas. “Preséntese al portaaviones 25 de Mayo para recibir órdenes, usted va a participar en la operación”, fue la instrucción que recibió.
Horas después, en una reunión junto al resto de los comandantes de los buques que iban a participar de la operación, todos tuvieron una misma duda y una única instrucción:
–Si nos torpedean el buque, ¿paramos a recoger náufragos?
–No, porque nos podrían hundir otro barco.
(Juan Bautista Yofre; 1982, los documentos secretos de la Guerra de Malvinas/Falklands y el derrumbe del Proceso; editorial Sudamericana, Buenos Aires 2011, pág. 178.)
30 años después de la Guerra de Malvinas, muy pocas variaciones se pueden escuchar de la versión que ofrece la Armada sobre los hechos posteriores al ataque que sufrió el crucero General Belgrano, el 2 de mayo de 1982 al sur de Malvinas, cuando se fue al fondo del mar después de recibir los impactos de dos torpedos disparados por el Submarino Ingles Conqueror.
La escasa participación de la Marina durante los 74 días que duró el conflicto en el Atlántico sur, sobre el cual el Vicealmirante Jorge Isaac Anaya ideó e impulsó, durante el gobierno del General Leopoldo Fortunato Galtieri, queda tapada por las acciones de la Infantería Marina y de la Fuerza Aeronaval.
Sin embargo entre los interrogantes que se generan después de 3 décadas sobre la participación de los hombres de mar en el conflicto, están los sucesos que ocurrieron después de las 16:01 de aquel 2 mayo, cuando la tripulación que iba evacuando el navío herido fue abandonada por sus dos barcos escoltas, los destructores ARA Bouchard y ARA Piedrabuena, que navegaban en flanco a unos 2000 metros de distancia del viejo Crucero.
“Se optó por preservar las naves”
Distintas fuentes consultadas aseguran que el 30 de abril gran parte de flota iba rumbo a interceptar a los británicos. Desde el noroeste con el portaaviones 25 de Mayo como nave insigne, escoltado por el destructor misilístico Santísima Trinidad, las corbetas misilísticas Drummond, Guerrico y Granville y el buque petrolero de YPF Campo Duran, desde el oeste con los destructores misilísticos Hércules, Py y Seguí, acompañados por el buque tanque Punta Médanos, y desde el sur por el Crucero General Belgrano y los destructores Bouchard y Piedrabuena, el petrolero Puerto Rosales; pero que el 1° de Mayo algo sucedió ya que le ordenaron “retornar a las posiciones anteriores”, mantenerse fuera del radio de tiro y del alcance de los aviones Sea Harrier y no presentar batalla.
La versión oficial indica que el portaaviones proyectaba lanzar un ataque con los 8 aviones Skyhawks alrededor de las 6 de la mañana del 2 de mayo, pero que ante la falta de viento que ayudara con el despegue de los bombarderos con una carga bélica de 1000 kilogramos de bombas, el plan se abortó. “Se determinó que la operación no justificaba los riesgos y se optó (sensatamente) por cancelarla”, dicen los navales.
Sin embargo la mayoría coincide que al tener certeza de la existencia en zona, de los submarinos nucleares británicos Conqueror, Splendid, Spartan, Courageous y Valiant, “cualquier confrontación con el enemigo distaba mucho de ser pareja”, por lo que “se optó por preservar las naves”.
Esta posibilidad de renuncia a la confrontación por el miedo a los submarinos nucleares, parece tener verosimilitud, ya que de otra manera no se explica cuál fue la razón que llevó a los destructores Bouchard y Piedrabuena, a emprender el escape a máxima velocidad después que el Conqueror torpedeó al crucero General Belgrano aquel 2 de mayo, sin contraatacar ni quedarse a rescatar a los náufragos utilizando los procedimientos de salvataje para estas circunstancias de combate en el mar.
Como se recordará, después de reaprovisionarse entre el 22 y 24 de abril, de víveres, combustible y munición en el puerto de Ushuaia, el General Belgrano había partido hacia el Teatro de Operaciones como nave insignia del Grupo de Tareas, que componía con los destructores y el Buque Tanque Puerto Rosales, los que arribaron a la zona del crucero el miércoles 28.
Al día siguiente –el jueves 29–, se recibió un mensaje que disponía que el sábado 1º de mayo, las naves debían partir hacia el este para acciones tácticas.
Esa misma tarde, un mensaje del Comando de las fuerzas argentinas eliminaba las restricciones en el uso de las armas, al reconocerse un blanco como enemigo.
A la artillería del Belgrano se le sumaban los peligrosos misiles Exocet superficie–superficie que llevaban a bordo los dos destructores. Bajo esas circunstancias, para la flota Británica era de mayor amenaza el armamento del Bouchard y del Piedrabuena, que los cañones del viejo crucero, que ni contaba con sensores ni armas contra submarinos.
“Lo que recuerdo es el silencio”
El sábado 1° mientras el bombardeo naval inglés sobre Puerto Argentino hacía su bautismo de fuego, el crucero y sus escoltas se desplegaban desde Tierra del Fuego hacia el Este. Sin embargo el domingo 2, el Capital de Navío, comandante de General Belgrano Héctor Bonzo, recibió un mensaje que suspendía la operación en curso y disponía que se dirigiera a una estación más al oeste, en espera de nueva misión.
“El viento que empujaba fuerte desde el noroeste, producía que el mar presentara olas de 2 a 3 metros. Por eso cuando nos ordenar cambiar rumbo 270 (oeste), se hace un ajuste para que el crucero no sufra el embate del clima y se pueda navegar mejor”, relata Juan Vera quien en ese momento estaba destacado en la Central de Información del navío, con el grado de Cabo Principal de Operaciones.
En esa tarea estaba el hoy suboficial retirado, cuando a las 16:01 el buque se sacudió violentamente por la poderosa explosión de un torpedo disparado por el submarino inglés HSM Conqueror, que le dio en el centro del casco. Instantes después, un segundo torpedo volvía a hacer impactó, esta vez en la proa; arrancándole 15 metros de su estructura.
“Lo que recuerdo es el silencio. El total y absoluto silencio que se produjo después de las explosiones. Un silencio que nunca existe dentro de un barco, porque aunque no se tenga presente, siempre está el sonido de las maquinas. No había sonido y no había luz. El crucero se había quedado quieto y en silencio, de golpe”, describe Vera como punto de partida de un relato por donde van pasando los sucesivos recuerdos de los últimos minutos de flotación del General Belgrano, antes de hundirse en las heladas aguas del Atlántico sur.
“Los barcos nos abandonaron”
Y el interrogante surge solo; ¿Por qué el Bouchard y el Piedrabuena no se quedaron a rescatar inmediatamente a los náufragos?, ¿A dónde se fueron?, ¿escaparon para no ser torpedeados también?.
Para Juan Vera no solo ocurrió que los barcos los “abandonaron”, sino que califica al alejamiento, como “un acto de cobardía, porque no había orden de operaciones para que se fueran. De cobardía y falta de solidaridad con los náufragos. Porque sabían que si el submarino nuclear quería, no tenían donde escapar. Ese tipo de submarino alcanza una velocidad de 40 nudos y dispara torpedos que se desplazan a 45, contra los 25 nudos de los destructores. Así que escapar no tenía mucho sentido. Lo que debían haber hecho, es lo que se estableció a través de la Convención de Ginebra después de la Segunda Guerra Mundial, que es parar las máquinas, encender las luces, izar bandera de rescate y avisar por las frecuencias internacionales que desde ese momento se convertían como parte de la Cruz Roja, e iban rescatar a sus náufragos”.
Vera asegura que a las 10 de la noche de ese mismo domingo 2, se le ordenó a los destructores “ir al rescate de las balsas”. A ese momento, ambas naves se habían desplazado 6 horas del lugar donde fue atacado el crucero. Sin embargo, tan solo para regresar a la zona “se demoraron 18 horas”, tres veces más de lo que tardaron en alejarse. Es así que los primeros náufragos fueron rescatados a las 4 de la tarde del lunes 3 y los últimos, 72 horas después. Por eso de los 23 hombres que murieron en las balsas, varios murieron de frío.
30 años después de aquel hecho, el relato oficial se concentra en acusar –no sin fundamentos–, el ataque ingles al crucero General Belgrano fuera de la zona de exclusión (más allá de las 200 millas marítimas) del Teatro de Operaciones. Sin embargo, nunca hubo una voz oficial que justificara semejante decisión de ambos destructores que evidentemente fue sostenida por la Armada. Única Fuerza que desde los 60 tenía un plan de combate para la recuperación militar de Malvinas, lo que en la teoría aventajaba al Ejército y más aún, a la Fuerza Aérea.