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or Federico Lorenz *
La guerra es una de las experiencias sociales más intensas. Moviliza sentimientos profundos que tienen que ver con nociones de pertenencia (como la provincia, la nación o la patria), ideológicas (anti imperialismo versus imperialismo) o de clase. De forma menos abstracta, los sentimientos y memorias asociados a circunstancias que tienen que ver con la exposición a la muerte, la angustia por la falta de noticias, el miedo, la pérdida o la ansiedad, entre otros, también contribuyen a crear raíces muy profundas para los lazos entre las personas y la memoria de los acontecimientos bélicos.
Este marco general sirve para pensar el profundo impacto de la guerra de Malvinas en los patagónicos en general, y en los habitantes de Tierra del Fuego en particular. Los civiles fueguinos, al igual que chubutenses y santacruceños, vivieron los días entre abril y junio de 1982 –pero también los posteriores– dentro del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur, establecido por las autoridades militares cuando el avance de la Task Force británica fue una certeza. Sus ciudades recibieron a millares de combatientes en tránsito a las Islas Malvinas, así como alojaron a otros que llegaron como guarnición. La población austral vivió la ansiedad por la suerte de las misiones de combate que partieron rumbo al archipiélago. Los patagónicos colaboraron en diferentes tareas de defensa civil o con la logística de las operaciones militares; fungieron como observadores aéreos adelantados; se organizaron para extender su solidaridad a los combatientes y vivieron bajo la amenaza directa de ataque, como el que los británicos intentaron contra la base aeronaval de Río Grande el 18 de mayo de 1982, desde donde partieron algunos de los ataques más letales contra su flota. Ushuaia, por su parte, es la ciudad que “despidió” al crucero ARA Belgrano en el que sería su último viaje, y también la que recibió a algunos de sus náufragos…
La guerra marcó en forma indeleble las vidas de los fueguinos: tuvieron que incorporar las prácticas de oscurecimiento, los controles militares, la cercanía con los escenarios de los combates y con sus protagonistas. Durante la guerra de 1982, por otra parte, en realidad “revivieron” las medidas de seguridad y restricciones que habían tenido que aprender cuando la amenaza de un conflicto armado con la vecina República de Chile, en 1978, estuvo muy cerca de hacerse realidad. Los fueguinos no vivieron la guerra de los soldados. No vistieron uniformes ni sufrieron bombardeos, pero el conflicto marcó sus vidas y la de sus descendientes, porque esas memorias se han transferido de padres a hijos.
Todas esas experiencias y muchas otras se resumen en dos expresiones, que ya viven en el sentido común, destinadas a establecer que los fueguinos y los demás patagónicos vivieron una guerra “especial” y que ya son una marca identitaria: “La guerra se vivió del Colorado para abajo” y “Ustedes no saben lo que era ver salir tres aviones y que volviera uno”. Surgen durante cualquier conversación con gente “del Norte”, como una forma de reivindicar una legitimidad para hablar de la guerra de 1982 solo comparable a la que aparece en los testimonios de los soldados, marinos y aviadores. Las frases remiten a la especial forma en que la guerra es recordada y atesorada como marca identitaria por los habitantes de las provincias sureñas argentinas.
Sin embargo, estos aspectos de la historia de la guerra de Malvinas, tan intensos para sus protagonistas y sus descendientes, son muy poco conocidos fuera del escenario en el que sucedieron. Las experiencias de los civiles patagónicos durante los meses de abril a junio de 1982 no forman parte de los relatos dominantes sobre la guerra. ¿A qué se debe esta situación? En primer lugar, a las formas en las que desde la derrota en las Malvinas se ha escrito y polemizado sobre la guerra. El acento en los aspectos políticos y militares del conflicto han construido la idea de que los únicos que vivieron la guerra fueron quienes la combatieron. Pero, como en círculos concéntricos, la experiencia bélica irradia desde las trincheras a los barrios de los que partieron los soldados, a sus casas, a las ciudades que los alimentaron o recibieron. Hay aquí un primer desafío, entonces, consistente en prestar atención a estos costados tal vez menos “épicos” pero igualmente importantes, en la escala local, del conflicto.
El énfasis en los aspectos “político – militares” de la guerra, por otra parte, nos remite a la forma en la que hemos estudiado, enseñado y escrito la historia nacional, por un lado, y el escaso federalismo cultural que tiene nuestro país. Se trata de una marca histórica argentina que excede al conflicto de 1982, pero que condicionó su transmisión: el peso excesivo que los relatos acerca del pasado elaborados en Buenos Aires tienen sobre las “historias nacionales” acerca de acontecimientos que, aunque colectivos, presentan profundas diferencias regionales. La carga simbólica y cultural de la “historia nacional” según se concibe desde la capital argentina deja poco espacio para los matices regionales.
Lo que se vivió en la capital pasa a ser sinónimo analítico de “lo que vivieron todos”. Ha sido así desde los orígenes del moderno estado argentino, cuando la apelación a la Historia fue una herramienta de integración (y en el mismo proceso, de supresión de los antagonismos). El país se ha imaginado a sí mismo “desde el centro hacia afuera”. Las regiones se espejan en la historia nacional, o están ausentes de ella. Es un círculo vicioso, pues las experiencias regionales se repliegan sobre su localismo, y la visión nacional hegemónica se consolida ante la ausencia de contrastes.
De allí que además de imaginarse “por reacción” a los relatos “porteños” sobre el pasado, los fueguinos tienen en la exploración y el estudio de su pasado reciente, en su particular relación con la historia de Malvinas y con tantas otras, la posibilidad de analizar la construcción de sus identidades en el tramado más amplio del colectivo nacional, y aportar a que sus compatriotas revisen las suyas.
* (Instituto de Desarrollo Económico y Social/ CONICET), para el Instituto de Estudios Fueguinos.
Especial para el diario del Fin del Mundo.