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or Lucas Potenze (*) (Colaboración para El diario del Fin del Mundo)
El 10 de junio pasado, murió en Buenos Aires el Dr. Arnoldo Canclini, acaso uno de los máximos conocedores de la historia de Tierra del Fuego y autor de varias de las obras fundamentales para conocer nuestro pasado. Investigó especialmente la saga de los primeros misioneros anglicanos del Canal Beagle, pero en realidad, ningún tema de la provincia le fue ajeno, incluyendo por supuesto la historia de las islas Malvinas, de la que era un gran conocedor.
Y en realidad, todo empezó un poco por casualidad: Canclini había nacido en La Plata, en 1926, hijo del pastor bautista Santiago Canclini y de doña Agustina, hija del también pastor bautista Juan Varetto, quien predicaba en la iglesia de ese culto en La Plata. Hizo sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires y, al terminar, decidió cumplir con uno de sus sueños, que era conocer la Tierra del Fuego. Tomó pasaje en un buque de la Armada y llegó a nuestra ciudad en tiempos en que todavía estaba el penal, las casas se calefaccionaban a leña y el censo (1947) acusaba apenas 2182 habitantes, de los cuales el 59% eran extranjeros.
Allí tuvo ocasión de visitar la estancia Harberton donde conoció a Guillermo, hijo de Thomas Bridges, y a su hija Clarita, y quedó igualmente impresionado con las historias de la misión anglicana que, de primera mano, le contó el padre, y con las colecciones y pinturas de flores que le mostró la hija. Este viaje habría de marcar su vida intelectual ya que a partir de ese momento nunca dejó de estudiar y escribir sobre los hechos extraordinarios que constituyen nuestro linaje.
Nuevamente en Buenos Aires, estudió Filosofía y se doctoró en Filosofía y Letras en la vieja facultad de la calle Viamonte con una tesis sobre el existencialismo cristiano de Soren Kierkegaard, además de prepararse para seguir los pasos de su padre, ordenándose como pastor en la Iglesia Evangélica Bautista del Centro, en el barrio de San Cristóbal, donde ejerció el culto durante 25 años. Al mismo tiempo se desempeñó como profesor del Seminario Internacional Teológico Bautista, del que recibió el doctorado “honoris causa”, y dictó innumerables cursos y conferencias sobre temas filosóficos, históricos y bíblicos en el país y en el exterior. Fue director del Departamento de la Junta Bautista de Publicaciones y de la revista “Tribuna Evangélica”, miembro del Consejo Argentino para la Libertad Religiosa y de la Asociación Bautista Argentina, además de presidente de la Sociedad Bíblica Argentina.
Pero su actividad religiosa no le impidió dedicarse al estudio de la historia fueguina, que en aquellos tiempos estaba aún en pañales: Impresionado por la figura de Allen Gardiner, publicó su biografía en 1951, bajo el título de “Hasta lo último de la tierra: Allen Gardiner y las misiones de la Patagonia”, a la que continuó con las biografías del obispo Waite Stirling (el “Centinela de Dios en Ushuaia), y de los pastores Thomas Bridges (“Pionero de Ushuaia”) y John Lawrence (“primer maestro fueguino”). Para ello, contó con los archivos de la iglesia anglicana y en un principio con el asesoramiento directo de Guillermo Bridges. Más tarde, a pedido de la editorial Plus Ultra, resumiendo toda su obra anterior escribió una breve Historia de Tierra del Fuego y, la más conocida “Así nació Ushuaia” (1992), donde recapitula la historia de la misión protestante y los primeros años del gobierno nacional.
En el ínterin, dirigió una obra imprescindible para conocernos: “Ushuaia 1884–1984”, a la que todos llamamos el “Libro del Centenario”. Para realizar este compendio del pasado y presente de nuestra ciudad, contó con la ayuda de expertos de primera línea, como los antropólogos Ernesto Piana y Luis Orquera, los historiadores Alejandro Maveroff y Estela Noli, el historiador naval Enrique García Lonzième, el investigador en temas penitenciarios Juan Carlos García Basalo y antiguos directivos y trabajadores de todas las instituciones de nuestra ciudad que rescató del olvido. Pero lo que muy probablemente se hubiera perdido si no fuera por su esfuerzo fue la recopilación de recuerdos e historias de las antiguas familias de Ushuaia, justo y necesario homenaje a nuestros pioneros que constituyó el núcleo original del trabajo. Fue, como señala en la introducción, una tarea ciclópea, cuya realización le llevó más de dos años de entrevistas, correcciones y trabajo en conjunto con los descendientes de aquellos pobladores, quienes fueron los que aportaron los datos y en muchos casos ellos mismos escribieron las reseñas.
Pero no quedó en esto la tarea de Canclini. Antes y después de la guerra viajó a Malvinas, tras lo cual escribió dos obras tan entretenidas como necesarias para conocer la historia no oficial de nuestras islas: “Malvinas 1833. Antes y después de la agresión inglesa” y “Malvinas, su historia en historias”.
Además de sus libros sobre la misión, escribió otros como las excelentes viñetas de “Navegantes, presos y pioneros en la Tierra del Fuego”, el polémico: “Julio Popper: Quijote del Oro Fueguino” y una nueva síntesis de la historia de nuestro sur al que tituló “Tierra del Fuego: de la Prehistoria a la Provincia”, así como una novela histórica sobre María, la cacica tehuelche del Estrecho. Además, investigó en los archivos del Instituto Browniano, del que llegó a ser su presidente, de donde surgieron por lo menos dos obras imprescindibles: “La Armada en Tierra del Fuego” y una biografía de Luis Piedra Buena, cuya segunda edición, corregida y aumentada, se encontraba en prensa al momento de su muerte.
En sus últimos años, lejos de abandonar el trabajo, continuó hurgando en otros aspectos de nuestro pasado y editó una serie en cinco volúmenes con documentación original de la cárcel de Ushuaia sobre distintas facetas del penal. Tiempo después completó la investigación con: “Tras las Rejas” Historias de la temible cárcel del Fin del Mundo. En otro rubro, para la Academia Nacional De Periodismo publicó “El Periodismo en Tierra Del Fuego”. En 1992 fue designado miembro correspondiente en Tierra del Fuego de la Academia Nacional de la Historia y recibió también distinciones de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación quien lo designó Mayor Notable de la República en 2009 y la Legislatura Porteña que lo designó como ciudadano ilustre.
Sé que omito otros libros y una infinidad de artículos que escribió en revistas especializadas tales como “Argentina Austral”, “Todo es Historia” o el boletín de la Academia Argentina de la Historia, pero no quiero dejar de hacer referencia a una historia novelada sobre la vida de Jemmy Button y los otros aborígenes que llevó FitzRoy a Inglaterra en 1830 y que tiene la rara virtud de que, aunque repite tópicos ya conocidos, lo hace imaginando cuál puede haber sido el punto de vista y qué sentimientos habrán pasado por la mente de este joven yámana a quien el destino le deparó el dudoso privilegio de convertirse en el más famoso de los suyos. Este libro es también un muy equilibrado homenaje a quienes trajeron la palabra del Evangelio a los canales fueguinos y, habiendo sido escrito por un hombre de fe, es también una suerte de reconocimiento a la sabiduría de los designios de Dios quién, según su sistema de ideas y creencias, es el personaje central de aquella epopeya.
He dejado para el final un punto que su esposa Noemí se ocupó especialmente en puntualizar, que es que, entre tanto trajinar entre papeles y documentos, visitar archivos y bibliotecas o participar en congresos y seminarios, nunca dejó en un segundo plano sus gratas obligaciones como padre y abuelo. Tuvo dos hijos y cuatro nietos y más de una vez interrumpió compromisos académicos en el exterior para volver a Buenos Aires y estar presente en el cumpleaños de alguno de los niños.
Falleció a los 88 años, por el agravamiento de una diabetes que se le había manifestado en los últimos años y sus restos descansan en el Cementerio Británico de la Chacarita, cerca de la tumba histórica que aloja a Thomas y Lucas Bridges.
Tierra del Fuego le debe mucho a Canclini; mucho más de lo que hoy nos podemos dar cuenta, porque él, a pesar de no ser historiador de profesión, ha colaborado como nadie para recuperar nuestro riquísimo y singular patrimonio histórico; sin ser fueguino amó a nuestra tierra y nuestra gente a quienes dedicó sus mayores preocupaciones, y aunque no se lo reconozca mayormente, fue uno de los mayores y más documentados defensores de nuestros derechos sobre las Islas Malvinas. Sería un acto de estricta justicia que alguna calle de esa Ushuaia a la que tanto quiso llevara su nombre, o que el Consejo Deliberante y la Legislatura le brinden el homenaje que se merece. Él trabajó toda su vida porque no se olvide a quienes hicieron la Tierra del Fuego; a nosotros nos toca que Tierra del Fuego no se olvide de él.
(*) Historiador. Profesor de Historia