n expediente fechado este día, revela que Paulina Rovira continúa viviendo en San Julián. Fue una de las valientes mujeres que se negaron a prestar sus servicios de prostitutas a las tropas que consumaron la sangrienta represión contra los peones en huelga de 1921. (Jorge Castelli y Patricia Halvorsen. Esas mujeres).
Luego de haber fusilado a unos 1.500 huelguistas, el teniente coronel Héctor Varela “decidió premiar a sus soldados con una visita a los prostíbulos de la zona” y pidió “que prepararan a las “pupilas” para recibir a los soldados (...) Paulina Rovira, encargada de (…) ‘La Catalana’ en San Julián, también recibe el aviso. La primera tanda de soldados llegó y comenzó a hacer una ordenada fila” frente al local. “Sin embargo, pasaba el tiempo y la puerta no se abría. La demora en recibir su premio comenzó a impacientar a la tropa. Reclamaron a viva voz hasta que la puerta se abrió y salió (…) Paulina Rovira, quien dirigiéndose al suboficial a cargo anunció que las mujeres se negaban a atender a los soldados”.
El hecho fue sacado a la luz por el historiador Osvaldo Bayer, quien reveló que “el suboficial y los soldados tomaron aquella negativa como un insulto para con los ‘uniformes de la Patria’. Intentaron ingresar por la fuerza, pero las cinco mujeres los enfrentaron con escobas y palos al grito de “asesinos” y “nos nos acostamos con asesinos”. También, según explicita el parte policial de la época, “profirieron otros insultos obscenos propios de aquellas mujerzuelas”. Las mujeres fueron detenidas por la policía, pero para evitar que el escándalo se divulgara las dejaron en libertad. Aquellos soldados del 10 de Caballería sufrieron la única y gran derrota a manos de seis mujeres: Consuelo García, de 29 años, argentina, soltera; Ángela Fortunato, 31 años, argentina, casada; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina, soltera; María Juliache, 28 años, española, soltera; Maud Foster, 31 años, inglesa, soltera; junto con Paulina Rovira, la dueña del prostíbulo. Hoy se las considera heroínas patagónicas y con respeto y admiración se las recuerda como “Las putas de San Julián”.
Aunque poco se sabe de esas mujeres, “Maud Foster se quedó para siempre en los límites territoriales”, trabajó en un “prostíbulo abierto en Cañadón León” y, muchos años después, volvió a San Julián, donde permaneció hasta que falleció en 1968 (op.cit.).