ste día, fallece Robert Yenowa, “quizás el mejor educado de los nativos sobrevivientes”, según la opinión del anglicano Eduard Aspinall. En una práctica de esos años, había sido “designado alcalde por un año”, y llegó a ser piloto de la embarcación oficial argentina, en la expedición comandada por Augusto Lasserre.
Aunque, Yenowa en realidad habría sido “designado por el gobernador como nuestro policía” y tenía “el poder de castigar a los nativos por ofensas menores y órdenes de reportar delitos más graves a las autoridades” (Carta de Eduard Aspinall en la SAMM, octubre, 1887. Citado por Joaquín Bascopé Julio. Emergencia de una sociedad original en El último confín de la Tierra).
Como fuese, su responsabilidad en la reducción de la violencia pasaba por la virtud estoica de dominarse primero a sí mismo. Aspinall, uno de los sucesores de Bridges en la misión, charló una tarde con Yenowa: “Estuve con Robert tomando té y hablando de los nativos y de la necesidad de mostrarles un buen ejemplo y advirtiéndole sobre fumar y beber […] e intenté despertar en él, no solo un espíritu cristiano sino también un sentimiento patriótico hacia su gente. […] Esta noche me pidió que le escribiera una carta para su hijo, pues no escribe en inglés –sólo en yahgan”.
La muerte de Yenowa fue parte del “desastre demográfico de las epidemias unido a la voluntad soberana argentina, que no pretendía asociarse sino imponerse, relegaron como ‘indios’ a la población civil sobreviviente. Previendo esto, ya antes de la crisis Thomas había planteado a la SAMS solicitar al gobierno una concesión de tierras ‘donde encontrara empleo todo el que quisiera trabajar’. Pero la opinión del comité en Londres era que la misión ‘debía limitar sus actividades al trabajo evangélico’. Esta reticencia, en el marco devastador de la epidemia, fue la coyuntura propicia para que Bridges decidiera fundar su propio proyecto civil. Renunció a su cargo de superintendente de la misión, obtuvo una concesión de tierras a unos setenta kilómetros al este de Ushuaia –sobre el mismo canal Beagle– que denominó Harberton y a donde se trasladó con su familia en abril de 1887. Lo acompañaron ‘algunas familias yaganes’ que, perdidas las garantías de vida, se mostraron ‘contentas de instalarse en un nuevo lugar, donde gozar de protección’ (Joaquín Bascopé Julio. Emergencia de una sociedad original en El último confín de la Tierra).