n la edición de este día, el diario neuquino ‘La Mañana’ difunde un estremecedor dato histórico: en la Patagonia existieron campos de concentración de nativos. “Se instalaron en la época de la expansión de la frontera en Valcheta, Chichinales, Chimpay y Junín de los Andes. Recluían a familias enteras que eran usadas como mano de obra esclava” (Roberto Aguirre).
Uno de los registros fue encontrado en el libro de memorias del colono galés John Daniel Evans, quien cuenta “la existencia de un reformatorio indígena en la ciudad rionegrina de Valcheta, a principios de la década de 1880. Según el pionero chubutense, ‘la mayoría de los indios de la Patagonia’ estaban confinados allí, ‘cercados por alambre tejido de gran altura’. También señala que entre los ‘prisioneros’ reconoció un amigo, a quien no pudo rescatar por falta de dinero: la muerte fue su destino, como el de miles de habitantes originarios de estas tierras”.
Pero no fue el único documento que pudo constatarlo. El confinamiento se repitió, con diversas características, en varios puntos de la región.
El historiador de la Universidad de Río Negro, Walter Delrio, aseguró que era un mecanismo habitual de la campaña. “Les quitaban los caballos y la hacienda y concentraban a familias enteras de indígenas en un punto. Podía ser un campamento, un fortín o un lugar más grande. En el caso de Valcheta, por ejemplo, además del testimonio de Evans, hay escritos de los salesianos que revelan la existencia de personas recluidas. También figuran listados de la sociedad hispanocriolla de indígenas trasladadas desde y hacia estos lugares”. Delrio cree que más de 15 mil personas podrían haber pasado por estos centros.
“Cuando decimos campos de concentración no hay que pensar en Auschwitz”, explicó Delrio. “El concepto de genocidio no se aplica sólo a la desaparición física, sino a la desaparición de un pueblo, de sus costumbres. De allí que le hayan quitado los hijos a sus madres, para robarles la identidad, para borrarles sus orígenes”, detalló. Esta forma de disciplinamiento encontró su punto de máxima eficacia en la Isla Martín García.
Más allá del sometimiento cultural, Delrio no descartó que hayan ocurrido masacres sistemáticas. “Los indígenas eran vistos como propiedad del Ejército. Se los sometía, se los expropiaba (...) Muchos recuerdan las largas marchas obligadas: quienes se quedaban atrás eran ejecutados” (op.cit.).