lrededor de esta fecha, se comprueba “que la parte norte de la tierra de los onas era excelente para criar ovejas, y extensos lotes de tierras fueron comprados o arrendados a distintas compañías o particulares, en ambos lados de la frontera argentino –chilena” (E. Lucas Bridges. El último confín de la Tierra).
En Santa Cruz estaba ocurriendo un fenómeno análogo. Según un informe del gobernador Carlos Moyano de 1884, “en todo el territorio había solamente 525 lanares”. Pero, en 1895, la cantidad ya había alcanzado a “unas 369.000 cabezas de ganado ovino, es decir once años después que Moyano impulsara ese poblamiento pecuario” (Osvaldo Topcic. Historia de la provincia de Santa Cruz).
En el archipiélago fueguino se produjo la cesión de terrenos a los salesianos, del lado argentino, en la misión La Candelaria, y del lado chileno, la misión San Rafael de la isla Dawson. “Con estas excepciones, nadie tomó en consideración a las antiguas razas nativas, dueñas de la tierra por tiempo inmemorial” (Bridges).
“De más está decir que muy pronto los invasores vieron que era imposible mantener establecimientos en tierras pobladas por estos indisciplinados nómades, cuyo idioma y costumbres les eran completamente desconocidos. Según una versión que circulaba, y que aún no se ha olvidado, algunos de los recién llegados pagaban una libra por cada cabeza de indio que se les llevara”.
Más allá de estos actos de exterminio, ejecutados para erradicar la zona rural de la población nativa, el proceso de ocupación de tierras fue avasallante.
En 1882, el diario londinense ‘DaIy News’ publicó un reportaje a un empresario interesado en las posibilidades de Tierra del Fuego, quien consideró que eran tierras adecuadas para la ganadería, “pero el único problema en este plan es que, según parece, sería necesario exterminar a los fueguinos” (Bernardo Veksler. Seriot. Un superhéroe cartonero).
El año siguiente se concretó la primera concesión de tierras: 120 mil hectáreas en beneficio de la compañía Wehrhann. En 1889 los agraciados fueron el portugués José Nogueira y el ruso Moritz Braun con 180 mil y 170 mil, respectivamente, en la parte chilena de la isla. Del lado argentino, luego de Harberton con 20 mil hectáreas, continuó la cesión de tierras. En 1894, le otorgaron al asturiano José Menéndez 80 mil hectáreas, que dieron origen a las estancias Primera y Segunda Argentina, en el norte fueguino.
Autor Bernardo Veksler