ste día, Robert Fitz Roy desembarca “en la bahía Wulaia, sobre el canal Murray”, que había seleccionado para fundar “la primera colonia cristiana de Tierra del Fuego, que estaría bajo la dirección espiritual del catequista Matthews y conformada por Jemmy Button y el matrimonio que se había consagrado entre York Minster y Fuegia Basket” (Lucas Potenze. Científicos y religiosos en Tierra del Fuego).
Este proyecto del navegante inglés, se había pergeñado durante el segundo viaje, con la incorporación del científico Chales Darwin y el retorno de los nativos que habían llevado forzosamente a Inglaterra. Con el adoctrinamiento recibido, Fitz Roy consideraba “que el grupo ya estaba preparado para iniciar la experiencia”.
Se realizaron obras, se sembró una huerta, se construyó “un wigwam (choza) para Matthews, otro para Jimmy y otro para el matrimonio”.
Fitz Roy continuó con la navegación y al regresar, encontró la colonia desquiciada, todos los objetos dejados habían desaparecido. Matthews había sido amenazado y se encontraba muy atemorizado. En tanto, la pareja York Minster y Fuegia Basket había huido hacia el oeste, de donde eran oriundos al ser alakalufes.
Allí, Darwin comenzó a definir sus primeras ideas, al encontrarse con los fueguinos. “La principal conclusión a que llegamos (…) que el hombre desciende de alguna forma inferiormente organizada (...) Pero, difícilmente habrá la menor duda en reconocer que descendemos de bárbaros. El asombro que experimenté en presencia de la primera partida de fueguinos que vi en mi vida en una ribera silvestre y árida, nunca lo olvidaré, por la reflexión que inmediatamente cruzó mi imaginación: tales eran nuestros antecesores” (citado por Anne Chapman en Darwin en Tierra del Fuego).
Sobre los haush que había encontrado, expresó en una carta: “Los fueguinos haush estaban en un estado de barbarie peor que el que yo esperaba ver alguna vez en un ser humano (...) No creo que ningún espectáculo sea más interesante que la primera visión del Hombre en su primitiva naturaleza salvaje. Nunca olvidaré los gritos que nos recibieron cuando entramos en la Bahía Buen Suceso. Estaban sentados en una punta de tierra rocosa rodeados de un oscuro bosque de hayas y cuando empezaron a agitar descontroladamente sus brazos por encima de sus cabezas y sus largos cabellos flotaban al viento, parecían los espíritus atormentados de otro mundo” (op.cit.).
