ste día, en la estancia La Herminita, nace Rafaela Ishton. Hija de los selknam Felipe Ishton y Petronila Tial, quienes vivían con sus hábitos ancestrales.
Rafaela, que hablaba el idioma selknam, a los 5 años perdió a su madre y quedó a cargo de la Misión Salesiana hasta los 20 años. Cuando se casó con Santiago Rupatini, en diciembre de 1940. El matrimonio se mudó a orillas del lago Khami, para criar ganado en la estancia La Pampa. También trabajó como cocinera en la estancia Sara y en San Sebastián.
Finalmente, la familia se mudó a Ushuaia y Rafaela se empleó en la municipalidad capitalina. En esa ciudad falleció, en 1985, a la edad de 66 años.
Tuvo cinco hijos: Juan Carlos, María Esther, Amalia, Carlos Armando y Aldo Domingo y gran cantidad de nietos.
La comunidad selknam de Argentina lleva su nombre, siendo la única entidad originaria identificada con el nombre de una mujer.
En una semblanza que escribió Oscar Domingo Gutiérrez, narró un encuentro, cuando estaba internada en el hospital de Río Grande, en 1981: “comencé la visita bromeando sobre su ‘peronismo’, para ver si encarrilaba con la memoria por espacios poco transitados de la historia lugareña: la política (…) Pero Rafaela sólo atinaba a lamentarse del tiempo que estaba perdiendo, de su casa allá en el Lago, de que nadie la iba a atender como lo haría ella, de la mala suerte esta de dar con el camino y sus huesos. Todavía le dolía la columna, más que las quebraduras en sí, y respiraba profundamente como para mitigar su sufrimiento” (Los Selk´nam, ausencias y presencias).
Gutiérrez le preguntó “si no quería mandar un mensaje para el campo, informando de su situación: - ¿Así que es de LRA 24? Mire, yo… en la cama 24- (…) Lo que sí tengo presente es que aquel sábado Rafaela me llenó de preguntas, y la situación se repitió toda vez que de allí hasta diciembre nos cruzamos por los pasillos del hospital. Hasta que un día, bastón en mano y movilizándose con relativa dificultad, me dijo que por fin la dejaban ir a Ushuaia y que allí sería recibido por si quería que le contara algo de su existir”.
En esos días, también charló con Amalia quien, reflejando las conversaciones con su madre, enfatizó “el revivir de un sentimiento: los nietos, bisnietos, tataranietos de ‘aquellos onas’ deben unirse para recuperar parte de las tierras de las que fueron despojados” (op.cit.).