n un telegrama, fechado este día, dirigido al juez letrado de Río Gallegos se le informa que Ambrosio Menelike, que se encontraba afectado de varicela y por esa razón había sido internado en el Hospital Muñiz, había fallecido.
Había sido sentenciado junto a otro nativo por el crimen del puestero Pedro Godoy, cuando éste le concedió autorización para pernoctar en su rancho. A pesar de la hospitalidad, en la madrugada del 25 de octubre de 1926, se despertó Menelike y, al ver que Godoy estaba dormido, le dijo al joven Antonio Nana en idioma selk´nam: “Agarrá el Winchester y pegale un balazo a Godoy, y yo le voy a dar un rebencazo en la cabeza”. Sin “más reflexiones el declarante tomó el arma que estaba cargada con tres balas, y poniendo la rodilla en tierra hizo un disparo a un metro de distancia más o menos contra Godoy (…) al recibir éste el tiro pronunció unos quejidos rodando al suelo, momentos en que Ambrosio Menelike le asestó a toda fuerza un rebencazo con el mango en la frente al lado derecho, sin pronunciar Godoy un lamento” (Arnoldo Canclini. Indios, Policías y Agitadores).
Los autores robaron ropa y enseres pertenecientes a Godoy y se marcharon. Pero, fueron dejando rastros que permitieron su detección y apresamiento.
El proceso judicial duró un año y durante la sustanciación de la causa se calificó a los acusados de “indios maleantes, vagos y acostumbrados a vivir de lo ajeno”.
Se consideró como agravante “la alevosía con que procedieron al dar muerte a un hombre (…) mientras dormía profundamente” y “el robo de los efectos que se llevaron de la choza”.
En otro párrafo de los considerandos de la sentencia, se tomaron en cuenta algunos atenuantes: “el estado semi-salvaje de los procesados quienes denotan un estado primitivo de civilización, una ignorancia tan grande que es bien difícil entenderse con ellos tanto que ha costado trabajo tomarles declaración indagatoria por el tiempo que hacen perder a fin de presentarles los hechos o requerirles la apreciación de los mismos con la mayor simplicidad”.
Al mismo tiempo, su situación ambiental, al vivir “en la plena soledad de los bosques (…) tenía que influir forzosamente en su mentalidad precaria, ya que alejados de los centros de cultura y población, la soledad debía engendrar en sus espíritus muy débiles nociones sobre el bien y el mal” (op.cit.).
De Nana no se tuvo ninguna otra información.