ste día, fallece en el Hospital Militar el cacique tehuelche Orkeke, quien había sido internado, el 28 de agosto, afectado de neumonía.
El líder nativo fue capturado por el ejército junto a su tribu, cerca de Puerto Deseado, cuando estaban realizando un tradicional festejo. Los uniformados no tomaron en cuenta que se trataba de un grupo pacífico, que dócilmente se sometía a las imposiciones.
Fueron trasladados a Buenos Aires. El 29 de julio desembarcaron en La Boca. “Espectáculo ingrato de miseria y abandono contemplan absortos los periodistas cuando al asomarse a la bodega se les presentan apiñados en un ambiente fétido toda la gente de Orkeke. El terror, ese terror supersticioso del indígena, altera la habitual expresión de sus semblantes con la rigidez de una máscara trágica. Un miedo invencible los domina” (Leoncio Deodat. El descubridor de historias).
Fueron alojados en el cuartel de Retiro del Regimiento I de Infantería. Su presencia en las calles porteñas despertó la curiosidad de la prensa, dando lugar a la publicación de varios artículos, algunos complacientes con la injusta condena y otros críticos con el absurdo confinamiento. La trascendencia adquirida por Orkeke y los suyos llevó a Ramón Lista a pasearlos por la ciudad, a visitar el zoológico y a concurrir a un teatro. Hasta fueron recibidos por el presidente Julio Roca.
Paulatinamente, la noticia de su presencia dejó de despertar el interés inicial y sólo algunos medios dedicaron algunas líneas para criticar sus condiciones de vida.
Pero, el clima porteño fue sometiendo a pruebas exigentes a los nativos australes y su salud se fue deteriorando progresivamente, afectando “su fuerte estructura orgánica, que es el resultado de una severa selección natural operada con el andar de los siglos en el rígido clima de su suelo natal, debe sufrir las consecuencias del brusco trasplante a un ambiente donde las costumbres, medios de vida y género de alimentación, les son absolutamente adversos. Es la ley de la inadaptabilidad que se impone a la voluntad del hombre” (op.cit.).
Primero sucumbió Valeska, la vieja bruja de la tribu, luego tres niños, y le llegó el turno a Orkeke, que fue internado en la cama 39 de la sala destinada a los soldados, donde el nativo se resistió a los tratamientos hasta que -como escribió La Nación- “como una luz que se apaga de súbito” concluyó su vida.