lrededor de esta fecha, el subprefecto de Santa Cruz manda “una comisión de 22 hombres a perseguir a un grupo de indios que maloqueaba por la cordillera. Entre ellos iban dos cristianos, uno de los cuales se presumía que era Asencio. Una semana después, el comisario Carlos Brunett informaba que Brunel había robado caballos y al parecer se dirigía con otros secuaces hacia territorio chileno para venderlos. Tras cinco días de persecución, no les pudo encontrar ni los rastros” (Hugo Chumbita. Jinetes rebeldes).
Así comienzan a ocupar espacio en los informes policiales las andanzas del uruguayo Asencio Brunel.
Su llegada al sur, empezó en Malvinas y en 1888, “acompañado por un hermano y dos mujeres de su familia” arribó a Punta Arenas “mezclándose con la turba de marineros, balleneros, loberos, nutrieros y buscadores de oro (…) Se metió en líos a causa de una mujer, cometió un crimen por celos y lo encarcelaron. Logró huir, robando un par de caballos para cruzar al territorio argentino, en una travesía de más de 200 kilómetros, y encontró refugio entre los tehuelches”.
En charlas de fogón, confesó “que fueron los policías, chilenos y argentinos, quienes lo empujaron a robar y contrabandear caballos. De uno y otro lado de la frontera lo mandaban a que cruzara para traerles animales, que siempre les hacían falta. Si los traía lo recompensaban, y si no, le daban palos y azotes. Hasta que un día les dijo basta”.
Su leyenda se construyó a base de relatos de hazañas, picardías y fugas. “Se cree que estuvo detenido en la cárcel de Rawson, de donde se habría fugado en 1895”. Luego lo tenían detenido “y esposado en el segundo piso del cuartel de Trelew”. Se arrojó sobre la montura del caballo del comisario y disparó a todo galope. “Otra versión narra que lo prendieron en Río Gallegos (…) y a pesar de que lo tenían engrillado, al día siguiente había desaparecido llevándose al parejero del jefe de policía”.
También trascendió su capacidad para sobrevivir a heridas de bala. Cerca de Puerto Natales lo acribillaron a balazos. Una horas después, lo encontraron “medio congelado y lo llevaron a la comisaría de Tres Pasos, donde se repuso y recobró la libertad, al pagar la fianza su hermano” (op.cit.).
Le atribuyeron infinidad de robos, secuestros de mujeres indias y varios se adjudicaron su muerte, que no impidió que siguieran proliferando sus hazañas muchos años después de ocurrida.