i bien es muy cierto que el “hábito no hace al monje”, la forma de llevar a cabo una acción o una alocución puede dar una inequívoca muestra del propósito, intencionalidad o finalidad que se persigue, sobre todo en el ejercicio de cargos públicos. Más allá de pretender justificar bajo la definición de “modernidad disruptiva” lo que simplemente se conoce como la vulneración de los principios de buena educación, hablar de formas, modos y maneras respetuosas no solo es lo que deberíamos esperar, sino exigir. Lo contrario, el insulto, la falta de decoro y la vulgaridad no beberían ser presentados como ejemplo de nada ni nadie. Y esto vale desde un presidente hasta una simple fiscal.
“Gil” se usa despectivamente para dirigirse a una persona a la que, entre otras consideraciones le falta criterio para tomar ciertas decisiones. Bien valdría reflexionar sobre la falta de criterio de algunos, ¿no?