ste día, el gobierno de facto de Punta Arenas, comandado por el sublevado teniente de artillería Miguel José Cambiazo, decreta la prohibición “desde hoy en adelante todo juego de lotería, siendo en el día, pudiendo usarla sólo por la noche; previendo que cualquier persona que quebrantase esta orden será ahorcado” (Armando Braun Menéndez. Cambiazo el último pirata del estrecho).
Otro decreto complementó la disposición anterior: “Cualquier persona que desde esta fecha se encuentre jugando al naipe o a las chapas será ahorcada inmediatamente tan pronto como sea probado (…) Cualquier individuo que tenga naipes y no los entregue inmediatamente con plazo hasta las doce del día, si después se le encontrare, aunque sea una sola carta, será pasado por las armas”.
Cambiazo pretendía erradicar los juegos de azar de la sociedad magallánica porque “destruía la moral del soldado”.
En la ciudad se concentraron militares que habían sido confinados por distintas faltas disciplinarias, en el marco de una gran inestabilidad institucional de las fuerzas armadas y la institucionalidad política del país. Los oficiales confinados produjeron un alzamiento que desplazó a todos los poderes constituidos.
Las medidas adoptadas por los sublevados incluyeron la promoción a coronel, primero, y luego a general de división de Cambiazo y a otros oficiales, la constitución del ‘Gobierno Provisorio de Magallanes’ y el fusilamiento del gobernador capitán de fragata Benjamín Muñoz Gamero.
Ante el escaso armamento disponible, el gobernador de facto dispuso que todo individuo que tuviera un hacha la presentase cuidadosamente afilada y encajada y quien incumpla la orden “será castigado con mil palos”. En el mismo sentido, se ordenó la confección de cien garrotes, los que debían tener en un extremo “una porra del tamaño de una bola de cancha” y cubierta de clavos punzantes.
Cambiazo, al enterarse que algunos militares extraían víveres de las limitadas provisiones que tenían, estableció que “los oficiales se vigilen unos a otros” y que delaten a los que lleguen a consumar esos actos.
Su drástica política punitiva incluyó el castigo a los que no delaten a los que murmuren o critiquen a los superiores o ser infiel a su bandera, entre otros.
También diseñaron una bandera que “era roja con una calavera con un par de canillas entrecruzadas” y una inscripción que decía “conmigo no hay cuartel” (op.cit.).