n una carta, fechada este día en Punta Arenas, el salesiano Maggiorino Borgatello informa a Don Rúa, su superior en Turín, sobre los sucesos desencadenados en Río Grande.
Menciona a los nativos refugiados en la misión: “40 jóvenes y 52 indiecitos, casi todos huérfanos, pues sus padres fueron muertos por los cazadores de indios –y la gripe- (…) Cerca de la misión tienen su campamento más de 25 familias superando entre todos los 200, formando un verdadero pueblo” (citado por Nelly Iris Penazzo. Revista Impactos N°88. Punta Arenas, enero de 1997).
En otro párrafo, enfatiza: “Todos saben que la cabeza de un salvaje en Tierra del Fuego tiene precio, que es una libra esterlina, igual a la suma que se paga en Patagonia meridional por un león-puma que destruye la oveja. ¡Vergüenza e infamia de aquellos que pueden y no impiden tanta barbarie! La fama del cazador de indios, los hace más bárbaros que ellos. ¡Pero también la sociedad, de cuyo seno salen, es también la responsable de tanta sangre inocente”.
Luego, relata que “en nuestra misión tenemos muchos indios que escaparon por milagro de la carnicería de estos inhumanos y muestran las cicatrices de las heridas recibidas. ¡Pobres infelices! No hacen más que decir: ‘¡Blanco malo. Pum, Pum!’ Este es el beneficio que reciben de la civilización…”
Más adelante, cuenta que un empleado de una estancia, escapado de la cárcel, vivía en un rancho cerca del río Grande. Tenía sometida a “una joven india a la cual hacía pasar días amargos. Un día, lleno de rabia, le mató un niño, arrojándolo contra la pared. Otra vez le disparó un tiro en el estómago a la pobre mujer (…) Cuando se sanó la condujo al vecino bosque y (…) le disparó un tiro en la boca…”
Al enterarse los nativos, reaccionaron quemándole el rancho, pero el asesino se había ido a Chile. “Los soldados y el patrón, después de ver lo hecho, coléricos se armaron para la cacería de los pobres indios y (…) cayeron de improviso sobre el campamento de los salvajes. No es posible describir la carnicería que hicieron, porque es muy horrible e inhumana. Basta decir que muy pocos pudieron ponerse a salvo (...) Cuando los carniceros retornaron a su hacienda, se vanagloriaban de su vandalismo (…) Muchísimos fueron los muertos y los heridos y muchísimos más serán todavía, porque los estancieros determinaron hacer desaparecer la pobre raza de los onas” (op.cit.).