ste día, en aguas del canal Beagle se produce el naufragio del buque turístico Monte Cervantes, perteneciente a la compañía Hamburgo Sudamericana, que era representada en nuestro por país por la empresa naviera Delfino.
La nave era un portento para la época, tenía 150 metros de eslora, 19 de manga y 10,73 de puntal; desplazaba 13.750 toneladas y desarrollaba una velocidad de 16 nudos. Sin contar con las bodegas, tenía seis pisos de altura.
Era un vapor de turismo de calidad, aunque no de gran lujo. Contaba con 1082 camas, pero, en el que sería el último viaje, la empresa se había ingeniado para instalar 1200 pasajeros a los que había que agregar unos trescientos oficiales y tripulantes.
La tarde era lluviosa y desapacible, pasados unos minutos de la partida del puerto de Ushuaia, según el relato de uno de los pasajeros, “se oye un rasguido formidable en la quilla y después un impresionante ruido de máquinas que rugían; el barco se inclinó súbitamente a la izquierda... Sobre el puente interior, delante de los comedores, las mujeres lloraban, se abrazaban, gemían...”.
El Monte Cervantes encalló de ambos lados y finalmente el casco se dio vuelta. Antes de que eso ocurriera, pudo evacuarse a la totalidad de los pasajeros y tripulantes. La única excepción fue el capitán de la nave, Teodoro Dreyer, quien luego de subir a un bote, se dejó llevar por las aguas y desapareció. Este hecho produjo consternación entre los sobrevivientes y se tejieron numerosas historias, entre ellas, que había llegado a la isla Navarino. Sus familiares ofrecieron infructuosamente recompensas para poder tener alguna información de su destino.
Para la pequeña aldea de Ushuaia fue un impacto social notable recibir al doble que su población habitual y un desafío poder alojarlos y alimentarlos. Los “trofeos” del Monte Cervantes perduraron durante mucho tiempo en las casas de pobladores de la capital territorial, que conservaron como recuerdo diversos objetos rescatados de la nave. También circularon rumores de que los nativos que habitaban la isla Navarino habían sacado provecho del naufragio, algunos observaron que en las chozas indígenas se encontraban hasta bañaderas de lujo y otros elementos del navío siniestrado.