inco años. Cinco años de un silencio denso, un silencio que no era ausencia de sonido, sino la opresión de un miedo espeso, que se nos pegó en lo más profundo de nuestras emociones, como el frío intenso del invierno de estas tierras australes.
Todos nosotros detrás de las ventanas, mirando un mundo en pausa, un mundo reducido a la pantalla, a la fría luz azul de las noticias que llegaban cargadas de malas noticias.
Fueron tiempos de no vernos los rostros. Estábamos pálidos y borrosos tras los barbijos, los nombres de cada uno de nosotros susurrados, convertidos en ecos en la desolación de cada una de nuestras casas.
Tierra del Fuego, confinada hace cinco años, bajo un silencio glacial que envolvía las calles vacías, la misma inmensidad que nos protegía, por entonces aprisionaba. Parece allá lejos, pero no sabíamos cómo terminaría; la incertidumbre, una bestia voraz, nos devoraba lentamente, día tras día. El futuro era una nebulosa oscura, opaca. Al poco tiempo, la falta de certezas recorría las casas, dejando un rastro de pena, dolor y luto.
Fue el encierro sin tiempo por momentos. Vivimos el dolor, agudo y lacerante, la marca indeleble de quienes perdieron a seres queridos, amigos, familiares, vecinos… una pérdida que no se puede medir ni explicar, que solo se vive en la soledad y el silencio en lo más austral del mundo.
Y en ese abismo, ellos. Los rostros cansados, cubiertos de sudor y de angustia, del personal de salud, héroes de uniforme blanco, luchando contra una entidad invisible, una guerra librada en silencio, en la intimidad de los hospitales y centros de salud.
Un esfuerzo inhumano, un sacrificio silencioso, que hoy, en la relativa calma, olvidamos con facilidad, mientras el ritmo frenético de la vida retoma su curso. Sus ojos, testigos de la fragilidad humana, cargados de cansancio, pero también de valentía, aún reflejan la lucha constante que libraron en todo Tierra del Fuego.
Día tras día, noche tras noche, enfrentándose a la incertidumbre y al sufrimiento. Sus manos, curtidas y marcadas por el paso del tiempo, todavía guardan la memoria del esfuerzo sobrehumano que hicieron junto a quienes estuvieron enfermos. Fue un esfuerzo, que, sin duda, marcó la descomunal sensibilidad de todos aquellos que hicieron un sacrificio silencioso y constante en nuestras tres ciudades.
Pero la pandemia no solo trajo una enfermedad que nos costó aprender, también trajo el cambio. Un cambio radical en la forma en que interactuamos, en la forma en que vivimos y trabajamos. La virtualidad, que antes era una herramienta complementaria, se convirtió en la única forma de mantenernos conectados, de mantenernos vivos. El trabajo, la educación, incluso la amistad, se trasladaron al espacio digital. Aprendimos a la fuerza a vivir en un mundo de pantallas y conexiones inestables, donde la cercanía se traducía en una imagen borrosa, en una voz lejana, a través del ruido de la internet. La virtualidad, que nos mantenía conectados, también nos aislaba, creando una nueva forma de soledad. Un mundo sin abrazos, sin caricias, un mundo de imágenes y sonidos que no podían reemplazar la calidez del contacto humano, la compañía física.
La vacuna fue el rayo de esperanza en la oscuridad. Nos empezamos a encontrar en los centros de vacunación, y desde allí apareció una luz que nos guió al fin del túnel.
También primó la responsabilidad comunitaria, aquella frágil coraza, tejida con la disciplina y la solidaridad fueguina, aquella reacción que nos permitió, finalmente, respirar.
Cinco años. Cinco años que se quedaron grabados en la memoria, una cicatriz profunda en la piel de Tierra del Fuego, un recuerdo que debemos mantener vivo, para no olvidar la fragilidad de la vida, el valor inconmensurable de quienes lucharon en la primera línea de esa guerra invisible, y la profunda transformación que vivimos, tanto individual como colectivamente, en esos largos y oscuros meses de encierro y incertidumbre. Cinco años que nos cambiaron para siempre.
Nosotros, al menos, seguimos valorando inmensamente el esfuerzo de todos aquellos que nos cuidaron y estuvieron en la primera línea de trabajo para que hoy podamos estar nuevamente agradeciéndoles el trabajo gigantesco que hicieron hace 5 años.
Otra vez, muchas gracias.
(*) El Comité Editorial está conformado por un grupo de periodistas de EDFM. El desarrollo editorial está basado en su experiencia, investigación y debates sobre los temas abordados.